Descubre los secretos

Esa mañana él había pensado que, en vez de ir al mercadillo de siempre, iba a husmear entre los libros de viejo que se apilaban en aquella calle de la que le habían hablado. Al fin y al cabo, era fin de semana y podía dedicarse con recreo a la búsqueda de esos pequeños secretos que sabía que Madrid escondía, aunque a la vista de todos. De camino a la recóndita calle (la otra noche entre risas, cuando nadie miraba, ella escribió la dirección en una servilleta de bar para él), decidió que esta vez abriría bien los ojos e iría a la caza de todos aquellos encuadres de la ciudad dignos de ser descubiertos. Sin embargo, eran esos inesperados giros de guion los que le capturaban a él, sin previo aviso, como los buenos secretos: los quiebros en las calles, los árboles imposibles, esculturas retorcidas, discos de pizarra, personajes oscuros, fenómenos inexplicables … Se sintió un poco abrumado y decidió concentrarse en reemprender la búsqueda de esos libros de viejo. Pero ya estaba hechizado y ahora sólo podía dejarse llevar por estos singulares furtivos, estaban al acecho en cualquier rincón de la ciudad: la asombrosa fragmentación de la luz a través de millones de cristales, el atormentado fantasma que te observa desde el último ventanal de aquel edificio. Pronto comenzó a darse cuenta de que era un privilegiado, ¿acaso soy el único a quien estos secretos tienen la capacidad de asombrar? En el fondo, deseaba intensamente que hubiera otros incautos, algunos, quizá muchos, que se dejaran cazar (casi) inocentemente por los secretos de Madrid...


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